29 de abril de 2011

Políticos, ascensores, faraones y osos polares: ¿Qué tienen en común?

¿Una restauración desinteresada, o un ascensor directo al Infierno?

¿Qué siniestra trapaza se esconde detrás de la adquisición, por parte del Estado de Chile, de 10 ascensores patrimoniales de la ciudad de Valparaíso? El ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, confirmó hace pocas horas el anuncio hecho en este sentido por el presidente Sebastián Piñera a principios de año, bajo el argumento de que esperan que, “con las medidas de mantención que corresponda, [los ascensores] sigan sirviendo no solo a los compatriotas que viven en Valparaíso, sino a los miles de turistas que cada año visitan Valparaíso, porque es parte de una historia que no podemos perder” (R. Hinzpeter).

En rojo, los ascensores "seleccionados" para resurrección. Foto "adquirida" desde ciudaddevalparaiso.cl

Muchas preguntas surgen de las buenas nuevas presentadas a vuestros óculos inquisidores. Por ejemplo, aquí en Error Tipo 1 nos queda la duda sobre por qué el Gobierno regional deberá pagar por la compra de estos ascensores, que son una forma de transporte de los porteños, mientras que todo Chile debe financiar los parches realizados al Transantiago. O por qué pone el ministro al mismo nivel a habitantes de la ciudad y turistas. ¿Acaso, si no hubiera turistas, daría lo mismo que se arreglen los ascensores que, como su nombre insinúa, ayudan a los ciudadanos valparisinos a “ascender” a las alturas cerrísticas?

Pero eso es lo de menos, excelsos lectores.

También es interesarse preguntarse por qué este anuncio coincide misteriosamente con proyectos de ley sobre el consumo de comida chatarra que se mueven hoy como libélulas en los elegantes pasillos del Congreso Nacional. Es evidente que la reactivación de estas maquinarias sedentarizadoras atentaría contra el propósito de tener una población saludable, que se ejercita a diario con actividades como subir cerros arrastrándose y bajando cerros rodando. Los chilenos deberán esperar medidas similares en varias zonas del país, que apuntan a desestabilizar plantificar a las masas embobadas y limitar la capacidad humana para batallar en caso de un conflicto bélico contra un Estado controlador o la despiadada invasión de una potencia “extranjera” que busca apoderarse de los recursos naturales y propiedades magnéticas especiales que la zona Sur del continente americano posee, y son tan escasos en el Universo.

Sin embargo, hay otra realidad fluyendo bajo la superficie. Una realidad literalmente alarmante ha sido ignorada por una gran mayoría, excepto por supuesto por los sagaces científicos independientes de Error Tipo 1:

¿Por qué estos 10 ascensores en particular? ¿Qué características especiales podrían poseer que los hace dignos de ser adquiridos por el status quo? La versión oficial dice que los otros tendrían problemas con los títulos, y que por eso prefieren comprar solo los disponibles. Es decir... ¿el OMNIPOTENTE Y OMNISCIENTE ESTADO, el mismo que puso satélites en el espacio y naves militares en el fondo del océano, se rinde ante un par de nombres difíciles de pronunciar? Esta “evidencia” no puede satisfacer a ningún verdadero escéptico dispuesto a reverenciar solo a la verdad, cuando la encuentra en medio de una base aérea secreta. La verdad debe siempre florecer inalterable, como aquel oasis en medio del desierto, compuesto por arena política plagada de escorpiones de tinta negra, que firman contratos de fuego con las eclesiásticas serpientes venenosas y los burocráticos cactus carnívoros corporativos, que jamás se han preocupado de las bellas e inocentes hormigas, que solo desean vivir en paz y, de vez en cuando, escuchar tranquilas en la calle la bella música de una talentosa cigarra holgazana.

  LA VERDAD  

La investigación realizada hasta ahora por Error Tipo 1 apunta a una sola terrible, escalofriante conclusión:

Resulta que las posiciones de los ascensores adquiridos reproducen a la perfección la ubicación en el cielo de las estrellas de la constelación de la Osa Menor, una familia artificial de estrellas exclusiva del hemisferio superior terrestre, y cuya principal celebridad es la estrella Polaris, que hoy marca el centro del cielo y marca el Norte geográfico. Como esta constelación no aparece en el cielo chileno, ningún jaguar de América podrá jamás verla y compararla, a menos que dicho individuo tenga los millonarios recursos necesarios para pasar la línea del Ecuador y allí levantar su cabeza al techo nocturno. De esta forma, sería difícil que el chileno promedio hiciera la conexión entre ambas formaciones la estelar y la teleférica, por lo que la conspiración pasaría desapercibida.

La aparente deformación de la Osa se debe a la compensación por la curvatura de la Tierra. Pero desde el espacio se ve bien.

Junto con el anuncio de la compra de estos utensilios de movimiento vertical, el Gobierno aprovechó de meter en el saco la reparación del Estadio Valparaíso, que se encuentra en Playa Ancha, y que en relación a los elevadores coincide perfectamente con la estrella Polaris en la OM, el centro del Cielo. La importancia de esta revelación es clara, y como ya sin duda los lectores habrán adivinado, tiene consecuencias catastróficas para el futuro de la Humanidad y el Universo en general.

Esta no es la primera ocasión en que los simples mortales intentaron recrear el Cielo en la Tierra. Ya lo buscó la civilización egipcia hace varios milenios al construir las pirámides de Guiza, que con sus tres puntas imitan el cinturón punk de Orión, otra famosa constelación. Todos sabemos el horrible destino que esperó a aquella sociedad poseída por demonios babilónicos, que creía en seres antropomórficos con cabezas de animales, la resurrección de los muertos, las obsesiones fálicas y el uso indiscriminado de barbas postizas para denotar poder divino: tras siglos de intentar conquistar diversas partes del orbe para continuar con la imitación del cielo nocturno en grandes proyectos arquitectónicos, los superdotados egipcios cayeron como indefensas víctimas de los suavecitos romanos, y todos esos siglos de conocimientos fueron quemados en el incendio de la Biblioteca de Alejandría.

¿O no?

Toda la información que hemos recopilado respecto a este caso parece indicar que tanto el presidente Sebastián Piñera, como el ministro Rodrigo Hinzpeter, el intendente Raúl Celis, el alcalde Jorge Castro, el concejal Jaime Varas y el seremi de Obras Públicas Pedro Sariego forman parte de un sangriento culto de veneración al dios Ra, el cual desea terminar la obra iniciada por los egipcios y recrear en este planeta los signos transcritos en la bóveda celeste, los cuales al ser leídos tendrán el poder de despertar al Eterno Demiurgo, creador de esta realidad imperfecta y depravada en la que nos encontramos. Es de imaginar que quien logre despertar a tan poderoso Ser deberá soportar la ira del Tirano Somnoliento, pero eventualmente recibirá la gratitud del Supremo Madrugador, lo cual, según las creencias de esta secta, dará a los “Seguidores de la Profecía de la Alarma” poder y dominio sobre todos los seres de este planeta que no se molestaron en despertarlo para ir a trabajar.

Es necesario notar que la constelación de la Osa Menor está compuesta por 7 estrellas, mientras que la llamada “Osa Porteña” consta de 10 ascensores, más el estadio Valparaíso, que es donde se realizará el ritual de sacrificio humano necesario para bautizar el templo. Por supuesto que el número es una artimaña aritmética para disfrazar la verdadera naturaleza del úrsido terrestre chileno, pero además deja entrever que en esta generación son 10 los sacerdotes de los Seguidores de la Profecía de la Alarma: ya seis han salido a la luz, y los demás aparecerán cuando el tiempo sea el adecuado para sus fines.

Si la profecía es cierta, y Rodrigo Hinzpeter logra invocar al Déspota Demiurgo, todo habrá terminado para la Humanidad. Es por ello imperativo que juntos nos unamos y detengamos este plan siniestro y perverso, si queremos conservar nuestro estilo de vida y nuestras costumbres milenarias. Nosotros en Error Tipo 1 ya hicimos nuestra parte, informando a las masas ignorantes.

Y ahora, ¿Qué harás tú?